EN ALBATROS el Universo se transforma en una esfera homogénea, sin núcleo ni límites, anclado en un punto, perdido ya el yugo temporal y la distancia. Pero aparece la vida también como campo de batalla, como laboratorio y tablero de juegos. El poeta propone el continuo aprendizaje del ser a través de la frustración y el fracaso. El entendimiento a través de la caída y la pérdida, del recuerdo y su mejora. “Todos los días acaba un mundo. Por lo menos alguno de ellos yo habría amado”. Un mundo es igual a millones de mundos interconectados, sin tamaño. En su lectura nos despojamos de lo aprendido y buscamos nuevos límites a la semántica. Así, ganaremos “el pulso del águila que sobrevive y vuela bajo un sol indiferente. [...] la vida del muerto, la muerte del no nato, la razón del vegetal bajo el aguacero”.